14/08/2018

Llovía


Llovía. Él caminaba por las mismas calles de siempre, hoy vacías. O al menos así las sintió ese día. Se sentía solo a todas horas, aun sin saber si caminaba alguien a su lado.

Caminaba ensimismado, la mirada fija y a la vez perdida, recontando mentalmente los segundos que faltaban para no sabía bien qué, cuando tropezó con ella.

Y allí estaba, brillando con luz propia, su sonrisa resbalando por su cara de sorpresa, subrayando aquellos preciosos ojos café. Se pararon un momento, se miraron brevemente, sonrojados por instantes; él hizo amago de hablar, pero ella se adelantó: 


-“¡Holiiii!”
-…


Se hizo un doloroso, punzante silencio. Y él siguió su camino.   

Alicaído, apuñalado, desgraciado como siempre, ignorando aquel emético sonido, continuó caminando. Pero ya era tarde. Su vaso se había colmado, y su alma marchitado para siempre. Lo que hoy queda de él solo es la sombra vacía de lo que un día fue.