Hubo una vez, ya mucho tiempo atrás, en el que todos los seres
hablaban. Los árboles, las piedras, los animales… Todos ellos se
comunicaban entre sí, en un lenguaje común, que toda especie comprendía.
Mis mayores me han contado la historia de un cactus que, siendo el
único de su especie en todo su entorno, se hizo amigo de los granos de
arena que le rodeaban. Le hacían sentir uno más, le acompañaban en todo
momento, y él estaba muy agradecido, pues no conoció familia alguna, al
menos que él recordara. Los granos de arena le agradecían a su vez que
les hiciera sombra por el día, y que les cobijara del gélido viento
nocturno.
Una tarde, mientras conversaban, uno de los granos más jóvenes le preguntó:
-¿Cómo puedes soportar el sol todo el día, ahí plantado? ¿Cómo haces para no helarte por las noches?
El cactus se sorprendió ante la pregunta, pues nunca antes se lo había planteado.
-Supongo que será algo innato, será cosa de la naturaleza, de mi
carácter de cactus… Estoy tan acostumbrado a ello desde que vi mi primer
amanecer que ni siquiera me había parado a pensarlo… Nunca le di
importancia.
Otro de los granos de arena, aparentemente insatisfecho con la respuesta, inquirió:
-¿Tu “carácter”? ¿La naturaleza? Todos hemos nacido aquí, en el mismo
sitio que tú, todos estamos sometidos al mismo clima, al mismo sol, al
mismo viento; sin embargo muchos de los nuestros mueren cada noche y
cada día. Tú has estado ahí siempre, sin ni siquiera moverte, cada vez
más y más grande… Enséñanos a soportar los elementos como tú lo haces.
El cactus sonrió halagado, y se mantuvo en silencio por un instante, meditando su respuesta.
-Bueno… Supongo que es cosa de despreocuparse, en cierto modo. Muchas
de las cosas que tememos solo duelen cuando las tomamos más en serio de
la cuenta. ¡Ojo! No digo que debáis creeros inmortales; solo digo que una
vida de temor no merece la pena. Los débiles mueren antes, por
naturaleza. Muchos de los granos que ahí yacen sin vida eran débiles o
enfermos. El temor excesivo es una enfermedad más, al igual que la
insensatez lo es.
-¿Quieres decir que no debemos temer al sol ni al frío?
-Creo que con tenerles respeto es suficiente. Vivir con miedo a lo que
nos rodea no conlleva nada bueno. Somos capaces de mucho más de lo que
creemos, alcanzaremos todo aquello que nos propongamos con la voluntad
suficiente; las molestias innecesarias con las que cargamos no hacen más
que frenar nuestro camino.
Los granos de arena quedaron en silencio, tratando de asimilar la respuesta del cactus. Un anciano grano le preguntó:
-Pero tú no puedes moverte… Hay muchas cosas que otros pueden alcanzar,
pero tú no. ¿Qué me dices del mundo que hay más allá, qué me dices del
horizonte?
-¿El horizonte? Pues, tan lejano como siempre,
supongo… Ojalá pudiera ver lo que hay más allá… Siempre me ha gustado
contemplarlo, desde lejos, mientras disfrutaba de otras metas, como
crecer, o lograr vuestra amistad. Pero ahora que lo dices, me encantaría
ver lo que hay más allá... Aunque supongo que no es mi destino.
-¿Tu destino? ¿Y cuál es tu destino? –Preguntó el joven grano de antes-.
-Dudo que llegue a saberlo; por hoy me conformo con haber sido escuchado. Con haberos mostrado un nuevo punto de vista.
-Tal vez sea ése tu destino, enseñar tus experiencias a los que no las
pueden tener, aprender también de ellos, y así enriquecernos unos a otros
–dijo el anciano grano-.
-Pues quizás tengas razón. Hoy os he
enseñado algo, así como vosotros a mí. Supongo que no soy ni mejor ni
peor que vosotros, tan solo tenemos cosas en común y cosas diferentes.
Espero que nos enseñemos muchas más cosas.
...
Tanto
habían hablado que el sol ya se había puesto. Los granos de arena
siguieron escuchándole pese a la noche que llegaba y al tremendo viento
que soplaba, hasta que todos cayeron dormidos, agotados. Al
amanecer, los gritos de pánico de uno de los granos despertaron a los
demás.
-¡El cactus ha desaparecido! ¿¡Qué ha pasado!?
-Tranquilos –murmuró el grano más anciano de todos-, está siguiendo su destino.
Y se giró hacia el este, por donde la silueta del cactus se alejaba,
hacia el amanecer... Arrancado por el fuerte viento; arrastrado a su merced. Todos
observaron en silencio, con algo de miedo, cuando el viejo grano
susurró:
-No temáis, no nos pasará nada. Ya no tenemos su
sombra, ni su ancho tronco para cobijarnos. Pero hemos sobrevivido a
esta dura noche, y tenemos algo mucho más importante: sus enseñanzas. Ya no
temeremos a los elementos. Seremos más fuertes que ellos.
El cactus desapareció lentamente por el horizonte. De él no quedó ni rastro, salvo su recuerdo.
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